El carácter y nuestra relación con nosotros mismos

Si el carácter es cuestionable, la mayoría de las personas experimenta alguna especie de culpa. La culpa es simplemente un producto secundario de la incapacidad de cumplir las propias normas. Como si se tratara de dos personas en un solo cuerpo, de alguna manera una parte siente que ha defraudado a la otra parte. Se siente indigna y no confiable. El resultado es una pobre imagen.

Las normas de Dios están escritas en nuestros corazones (Ro 2.14-16), aunque no hayamos establecido ninguna norma personal. Si no logramos cumplir sus normas, en cierto grado nos sentiremos fracasados.

Además, siempre debemos lidiar con las consecuencias de nuestras deficiencias de carácter. Cuando tomamos malas decisiones, los efectos secundarios pueden ser devastadores. Muchos conflictos no surgen por causa de factores inevitables sino por nuestras propias elecciones imprudentes. Conscientes de nuestra colaboración en nuestros problemas, la culpa se agranda.

Las personas descontentas consigo mismas siempre encuentran algo en quienes las rodean que las hacen infelices. En general, los que están más cerca de nosotros, esposo, esposa, hijos, son los blancos primarios. Irónicamente, cuando menos contentos estamos con el estado de nuestro propio carácter es cuando detectamos, con mayor rapidez, los errores de los demás. Es la naturaleza humana que nos lleva a reflejar nuestro disgusto con nosotros mismos en nuestras actitudes hacia quienes nos rodean.

Por contraste, cuando nuestro carácter marcha a todo vapor, disfrutamos de una limpia conciencia. Sin considerar las dificultades que enfrentemos, podemos descansar en el conocimiento de que hemos honrado la norma absoluta de Dios del bien y del mal a pesar de lo que nos haya constado. Hemos cumplido nuestra parte. Como resultado, las dificultades no son el castigo de elecciones imprudentes sino simplemente el precio valiente que una persona con carácter debe pagar. En lugar de sentirnos como fracasados y culpables, nos sentimos como vencedores y victoriosos.

El carácter y nuestra relación con Dios

En el instante en que, con todo entendimiento, comprometemos nuestro carácter, ocurre un cambio en nuestro interior. En ese momento nos percatamos agudamente de la disparidad entre la norma de Dios y la que vivimos. Crece en nosotros la agitada sensación de que somos indignos, y nos sentimos lejos de Él. A este sentimiento lo llamamos culpa.

Al sentirnos distanciados de Dios, tendemos a evitarlo. Por lo tanto, nos alejamos más y el sentimiento de distanciamiento incrementa. En un momento dado, le damos cabida a la idea de que Dios nunca nos volverá a aceptar. Esto solo hace que lo evitemos aun más. Irónicamente, comenzamos a tratar a Dios con las mismas técnicas para evitarlo que usamos con otras personas. En lugar de enfrentar nuestro conflicto, lo evitamos. Seguimos nuestras vidas (y a menudo, nuestro pecado) como si Él no estuviera ahí.

Quizá hasta intentemos razonar nuestra conducta.

Evitar la búsqueda del carácter es arriesgar el andar con Dios. Si para ti el desarrollo del carácter no es una búsqueda intencional, no debe sorprenderte que Dios parezca estar tan distante y desinteresado en ti. Nota que dije "parezca". Dios nunca está desinteresado en ti. Él tampoco está distante. Pero cuando nuestros propósitos y prioridades no se encuentran alineados a los suyos, la relación sufre. El propósito de Dios para tu vida es lograr la conformidad de tu carácter con el de Su Hijo, eso es lo que Él hace en tu interior. A medida que comiences a enfocarte en esa prioridad, estarás cada vez más consciente de la presencia y el poder de Dios en tu vida.

El efecto del carácter en nuestras relaciones con los demás

Una persona que posee carácter tiene un impacto en todos los que componen su círculo de influencia. Los hombres y las mujeres de carácter poseen autoridad moral. Cuando tú estás con personas que han demostrado ser competentes en las áreas de la integridad y la preocupación por los demás, te sientes seguro. Bajas la guardia. Tal vez hasta empieces a imitar su enfoque de la vida y su manera de resolver los problemas. Sin estar consciente de ello, tú adoptas algunas de sus normas y voluntariamente sigues a ese tipo de personas. Su carácter es contagioso.

Hay algo atractivo en este tipo de personas. Descubrimos que queremos ser como ellas. Disfrutamos de su compañía. Las relaciones con estas personas se entablan con facilidad.

De igual manera, la ausencia de carácter provoca su propia reacción en cadena. Cuando tus conocidos tienen la reputación de comprometer su integridad para evitar una pérdida personal, no sólo pierden tu respeto sino también destruyen tu confianza en ellos. Siempre existe una duda interna asociada a la relación. Queda una sensación de desconfianza y enigma en torno a estas personas.

No se necesita observar mucho para reconocer que la norma de Dios para el carácter se diseñó para preservar las relaciones. Aquellos que lo cumplen, con o sin intención, recibirán su recompensa de manera relacional. Aquellos que no lo cumplen, ya sea por soberbia o ignorancia, perderán el gozo de las relaciones auténticas.

Donde hay carácter, hay compatibilidad. Donde no hay carácter, hay conflicto.

Una ventana en nuestro carácter

No existe una medida más precisa de nuestro carácter que la salud de nuestras relaciones. Las relaciones saludables y a largo plazo son la evidencia de la presencia de un carácter fuerte. Las relaciones cargadas de conflicto y a corto plazo son la evidencia de las deficiencias del carácter. Lo mismo se aplica a las relaciones cargadas de conflicto y a largo plazo.

Enfrentemos esto: el carácter de Dios se orienta a los otros. La búsqueda del carácter implica preocuparnos genuinamente por las personas que nos rodean. Requiere que les sirvamos, no importa lo que nos cueste personalmente. Y cuando asumimos la responsabilidad de velar por los intereses de quienes nos rodean, esto tiene un efecto lubricante en nuestras interacciones.

Tu carácter se exterioriza

Esto es especialmente evidente para las personas que te conocen, viven y trabajan contigo.

Te guste o no, sea intencional o no, tu carácter está en exhibición ante un mundo expectante. Realmente no es un secreto. Tu carácter se exterioriza debido al papel único e inevitable que desempeña en nuestra relación personal.

El carácter es el aceite del motor de nuestras relaciones.

Por la falta de carácter, las personas se destruyen las unas a las otras, y en un momento dado la fricción de las diferencias es tal que las personas que parecían destinadas a estar juntas terminan destrozándose entre sí.

El carácter es el lubricante que permite que nuestras personalidades se acomoden apropiadamente.

Si hay un déficit en el carácter, pagamos el precio en nuestras relaciones. Dos personas pueden estar perdidamente enamoradas, pero si no tienen carácter, tarde o temprano aparecerá una crisis que estaba esperando estallar.

El conflicto es inevitable en una comunidad, familia o negocio cuyo líder, a pesar de ser talentoso y carismático, no tiene carácter.

Cuanto más se relacionen dos piezas, mayor será la probabilidad de que haya fricción entre ellas. Al parecer, cuanto más cercana sea una relación, mayor será la posibilidad de que se desate una catástrofe. Esto explica por qué las personas más cercanas a nosotros son quienes, al parecer, nos hieren más; por qué los esposos y las esposas a veces se convierten en los peores enemigos; por qué tantos hermanos viven como rivales.

No podemos prosperar, debido a una cuestión de diseño, si evitamos los problemas. Estos deben resolverse mediante la aplicación generosa de un lubricante milagroso: el carácter.

El valor del tiempo

Para darse cuenta del valor de un año,
Pregúntale a un estudiante que ha fallado en un examen final.


Para darse cuenta del valor de un mes,

Pregúntale a una madre que ha dado a luz a un bebe prematuro.


Para darse cuenta del valor de una semana,

Pregúntale al editor de un diario semanal.


Para darse cuenta del valor de una hora,

Pregúntales a los novios que esperan para verse.


Para darse cuenta del valor de un minuto,

Pregúntale a la persona que ha perdido el tren, el autobús o el avión.


Para darse cuenta del valor de un segundo,

Pregúntale a la persona que ha sobrevivido de un accidente.


Para darse cuenta del valor de un milisegundo,

Pregúntale a la persona que ha ganado una medalla de plata en las olimpiadas.

Haz como el sol...

No te aferres al pasado ni a los recuerdos tristes,
No reabras la herida que ya cicatrizó.

No revivas los dolores y sufrimientos antiguos.

Lo que pasó, pasó…


De ahora en adelante, pon tus fuerzas en construir una vida nueva,

Orientada hacia lo alto, y camina de frente, Sin mirar atrás.


Haz como el sol que nace cada día, sin pensar en la noche que pasó.

Satanás, siervo de Dios

Imagínese pensar que uno es un jugador estrella en un equipo de fútbol. Corre con toda su fuerza con la bola y patea un fantástico gol, pero en lugar de oír aplausos y gritos de triunfo, oye silbidos y gritos de burla. La razón es que corrió hacia el gol equivocado y, en lugar de anotar para su equipo, anotó un gol para los contrarios.

Esto es lo que siente Satanás continuamente. Cada vez que cree que ha metido un gol para su equipo, en realidad ha anotado un gol para Dios. ¿Pueden imaginarse lo frustrado que se ha de sentir?


Pensemos de la esposa de Abraham, Sara. Dios le promete un hijo, pero pasan los años y no hay descendiente. Satanás apunta a esa cuna vacía para crear tensión y disensión y dudas. Sarah sirve de perfecto ejemplo de que no se puede confiar en las promesas de Dios. Pero, inesperadamente llega Isaac para llenar esa cuna, y Sarah a los 90 años de edad se convierte en el modelo perfecto de toda la historia para comprobar que Dios siempre cumple sus promesas.


¿Se acuerdan de Moisés? Satanás y todos sus demonios se mueren de risa el día en que el joven Moisés monta su caballo y sale huyendo de la presencia de Faraón. Ahora no hay manera en que él pueda librar a su pueblo de la esclavitud. Cuarenta años más tarde aparece un viejo de ochenta con su bastón a Egipto y hace increíbles milagros y libera poderosamente a todo el pueblo de Dios. Sobre cada labio en Egipto está el nombre del viejo: ¡Moisés! ¡Moisés! De nuevo, Satanás ha sido humillado.


¿Qué diremos de Daniel? La vista de toda esa juventud Israelita llevada en cautiverio alegra al corazón de las huestes satánicas. ¡Ahora verán lo que es ser esclavo! Pero en lugar de esclavitud, Dios los eleva y llegan a ser príncipes de Babilonia. El mismo joven que Satanás quiso callar llega a ser el hombre que sabe orar y recibir de Dios la interpretación de sueños, y es elevado por encima de los sabios del reino para servir de consejero a los reyes de Babilonia. ¿Qué risa, creen, queda en los labios de ese mundo demoníaco?


También podemos pensar de Pablo. Ponerle en la cárcel romana pareciera un triunfo para Satanás. Ahora de ninguna manera podrá seguir abriendo iglesias y predicandole a los gentiles. Pero la cárcel se convierte en un escritorio. De la pluma de Pablo salen las hermosas cartas para las iglesias de Galacia, Efeso, Filipo, y Colosa, cartas que hasta el día de hoy traen inspiración e instrucción para el pueblo de Dios. ¿Pueden ver a Satanás pateando la tierra y crujiendo sus dientes cada vez que un cristiano lee una de esas cartas, diciéndose, “¡Y pensar que fui yo el que hizo posible que se escribieran, poniéndole a Pablo en la cárcel!”


Y de Pedro también podemos hablar. Satanás procura desacreditar a Jesús provocando a Pedro a negarle. Pero, otra vez el plan se le invierte. En lugar de Pedro servir como ejemplo de desgracia y fracaso, se convierte en ejemplo de cuán profunda es la gracia de Dios para levantar a los caídos.


Cierto es que cada vez que Satanás cree haber hecho un gol, resulta que ha goleado para Dios.
Vez tras vez la Biblia aclara quién es el que en verdad gobierna la tierra. Satanás hará sus maniobras y sus pretensiones, pero el que maneja todo es Dios.

¡Orad sin cesar!

¿Qué sucedería si Dios…

Instalara un contestador telefónico automático en el cielo?

Imagínate orando y escuchando el siguiente mensaje:

Gracias por llamar a la Casa de mi Padre.
Por favor selecciona una de estas opciones:
* Presiona 1 para peticiones.
* Presiona 2 para acciones de gracias.
* Presiona 3 para quejas.
* Presiona 4 para cualquier otro asunto.

Imagínate que Dios usara esta conocida excusa:
De momento todos nuestros ángeles están ocupados, atendiendo a otros clientes. Por favor manténgase orando en la línea, su llamada será atendida en el orden que fue recibida…

¿Te imaginas obteniendo este tipo de respuestas cuando llames a Dios en tu oración?:
Si deseas hablar con Gabriel, presiona 5.
Con Miguel, presiona 6.
Con cualquier otro ángel, presiona 7.
Si deseas que el Rey David te cante un Salmo, presiona 8.
Si deseas obtener respuestas a preguntas necias sobre los dinosaurios, la edad de la Tierra, donde esta el Arca de Noe, por favor espérate a llegar al Cielo.

¿Te imaginas lo siguiente en tu oración?:
Nuestra computadora señala que ya llamaste hoy. Por favor despeja la línea para otros que también quieren orar…

O bien:
Nuestras oficinas están cerradas por Semana Santa. Por favor, vuelve a llamar el lunes.

Gracias a Dios que esto no sucede…
Gracias a Dios que le puedes llamar en oración cuantas veces necesites…
Gracias a Dios que a la primera llamada, Él siempre te contesta…
Gracias a Dios porque la línea de Jesús nunca está ocupada…
Gracias a Dios que Él nos responde y nos conoce por nuestro nombre…
Gracias a Dios que El conoce nuestras necesidades antes de que se las manifestemos…
Gracias a Dios porque de nosotros depende llamarle en oración…

Gracias a Dios por leer este mensaje…

Jeremías 33:3
”Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”.
Reunión de Jóvenes sábados a las 6 pm Urb. Alvarez Thomas D-11