¿Es la Iglesia tan importante para ti como lo es para Cristo?

La Iglesia de Jesucristo es una familia como no hay otra en el mundo. Sin embargo, el misterio no termina allí. Cuando los seres celestiales miran hacia abajo, también ven algo que es todavía más asombroso, ven un cuerpo.

La Iglesia está tan cerca del corazón de Dios, es tan central a su obra en el mundo, que Él nos llama el cuerpo de Cristo. Somos más que hermanos y hermanas en Cristo. Al expresar nuestra unión con Él por medio del servicio, la adoración y el amor, nos convertimos en manifestación física de nuestro Salvador sobre la tierra.

¿Listo para otra imagen? El cielo ve a la Iglesia como un magnífico templo. A través de la Iglesia, Dios está creando una estructura como no hay otra en la historia. No está hecha de piedras o ladrillos. Es más grande que cualquier catedral construida por manos humanas. Este edificio se compone de piedras vivas (1Pedro 2:5). Los apóstoles y profetas hicieron los cimientos, Jesús mismo es la piedra angular, y usted y yo estamos siendo agregados a ella.

Como creyentes estamos unidos a una estructura espiritual que nos vincula a los apóstoles que caminaron con el Maestro, a los santos de cada generación, color y continente, tanto a los que nos precedieron como a aquellos que nos seguirán.

En el Antiguo Testamento la presencia de Dios en el mundo se manifestaba en el tabernáculo en el desierto y más tarde en el templo en Jerusalén. Pero hoy, luego de la venida de Cristo, ya no hay necesidad de un templo. La Iglesia es el templo de Dios, el lugar donde reside en especial y manifiesta Su presencia. Nosotros somos el lugar de habitación de Dios, no nuestros edificios, sino nuestras vidas unidas en adoración y servicio.

En conjunto tenemos las funciones principales de un cristiano individual. Es evidente que debemos cumplir estas obligaciones no solos, sino juntos en la iglesia. No podemos vivir nuestras vidas cristianas solos. Cuando somos salvos de nuestro pecado, nos volvemos parte de algo más grande que nosotros: una familia, un cuerpo, un templo. A través de la Iglesia en todo el mundo, Dios está obrando glorificándose a sí mismo y transformando vidas.

Esta es la Iglesia de todas las tribus y lenguas y generaciones que será presentada como esposa a Cristo el último día (véase Apocalipsis 19:7). Esta es la Iglesia que triunfará a pesar del fracaso humano y los ataques del demonio. Esta es la Iglesia que jamás acabará.

Cuando vemos a la iglesia como la ve Dios, aprendemos dos lecciones en extremo importantes. Primero, que la iglesia le importa más de lo que podemos darnos cuenta. Y segundo, que Él nos llama, esperando que formemos parte de ella... ¡porque somos parte de ella! Si Jesús ama a la iglesia, usted y yo deberíamos amarla también. No podemos utilizar la excusa de que la iglesia se ha equivocado demasiadas veces o de que estamos desilusionados. Jesús es la única persona que tiene el derecho a desheredar y a abandonar a la iglesia. Pero nunca lo ha hecho. Y nunca lo hará.

"¡Deje de coquetear con la Iglesia!", Joshua Harris.

¿Esclavo del pecado o esclavo de Jesucristo?

Una de las clásicas paradojas cristianas es que la libertad lleva a la esclavitud y la esclavitud a la libertad. Tan pronto como, mediante Cristo, las personas son libres de la esclavitud del pecado, entran en una esclavitud nueva y permanente: la esclavitud de Cristo.

Una concluye precisamente con el objetivo de permitir que la otra comience. Mientras esa emancipación individual ocurre, las personas liberadas no se aíslan como "esclavos de Cristo" sino que forman una comunidad mundial de "compañeros-esclavos", pertenecientes todos al mismo Amo que adquirió su libertad, por lo que todos están comprometidos a obedecerlo y complacerlo.

Murray Harris, Slave of Christ, p. 153.

La batalla contra la lujuria

Cuando un joven enfrenta una batalla contra la lujuria, debe pelear con las mismas armas. El fuego de los placeres de la lujuria debe ser peleado con el fuego de los placeres de Dios. Si tratamos de pelear contra el fuego d ela lujuria con solo prohibiciones y amenazas, a pesar de las advertencias terribles de Jesús, fallaremos.

Debemos pelearla con una gran promesa de felicidad superior. Es necesario apagar el tenue parpadeo de placer de la lujuria en la gran conflagración de la satisfacción sagrada. Nuestro objetivo no es meramente evitar algo erótico, sino también ganar algo excelente.

La clave es el poder de las promesas de Dios. Cuando estamos encantados por Su preciosidad y magnificencia, el efecto es liberación de los deseos desordenados, que en realidad ni son preciosos ni magnificentes. Pablo llama a estos deseos esclavizantes como "deseos engañosos" (Ef 4.22), y dice que la "pasión de concupiscencia" (o lujuria) de los paganos proviene del hecho que ellos "no conocen a Dios" (1Ts 4.5).

De igual manera, Pedro califica a estos "deseos que antes tenías estando en ignorancia": ignorancia de la gloria de Dios y sus preciosas y magníficas promesas (1P 1.14). Lo que Pablo y Pedro quieren decir es que estos deseos deseos toman su poder mintiéndonos para engañarnos. Acosan nuestra ignorancia de las promesas de Dios. Afirman ofrecer placeres preciosos y experiencias fabulosas.

¿Qué puede liberarnos de ellos? Imponiendo, inspirando y captando la atención de la verdad, esa verdad de las promesas preciosas y maravillosas de Dios, que revelan la mentira de la lujuria a la luz de la gloria de Dios.

"Batallando contra la Incredulidad", John Piper, Editorial Vida.
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