Es impensable que un cristiano decida voluntariamente no
perdonar. Los que hemos sido perdonados por Dios mismo, no tenemos ningún
derecho de negarle el perdón a nuestros semejantes, pecadores como nosotros. De
hecho, las Escrituras nos ordenan perdonar en la misma forma en que hemos
recibido perdón: Puesto que Dios nos manda perdonar a otros, negarse a hacerlo
es un acto de directa desobediencia contra Él. Permítaseme decirlo llanamente: negarse
a perdonar es un pecado horrible.
El perdón refleja el carácter de Dios. La falta de perdón es
por tanto una impiedad alejada de Dios. Eso significa que la falta de perdón es
una ofensa a Dios no menos grave que la fornicación o la ebriedad, aunque
algunas veces se considera más aceptable. Ciertamente se puede ver con mayor
frecuencia en la superficie entre el pueblo de Dios que los pecados que
típicamente consideramos como atroces. Pero las Escrituras son claras en cuanto
a que Dios desprecia a un espíritu no perdonador.
Como hijos de Dios, debemos reflejar Su carácter. En el
momento de la salvación nos es dada una nueva naturaleza que tiene en sí la
semejanza espiritual de Dios (Efesios 4.24). De modo que el perdón es una parte
integral de la nueva naturaleza del cristiano. Un cristiano que no perdona es
una contradicción de términos. Cuando usted ve alguien que profesa ser
cristiano y que obstinadamente se niega a dejar un resentimiento, hay buena
razón para poner en duda que la fe de esa persona sea genuina.
Pero si vamos a tratar el asunto honestamente, todos debemos
admitir que el perdón no llega fácilmente, aún siendo cristianos. Muchas veces
no perdonamos tan rápida o generosamente como debiéramos. Todos nosotros somos
muy propensos a acumular ofensas y a denegar el perdón.
Como hemos visto, el perdón cuesta mucho. El perdón requiere
que pongamos a un lado nuestro egoísmo, que aceptemos con gracia las ofensas
que otros hayan cometido contra nosotros, y que no exijamos lo que creemos que
se nos debe. Todo eso va en contra de de nuestras inclinaciones naturales y
pecaminosas. Aún como nuevas criaturas, conservamos unos residuos de pecado en
nuestra carne. Algunos hábitos y deseos pecaminosos nos siguen perturbando.
Por eso es que las Escrituras nos mandan a despojarnos del
viejo hombre y vestirnos del nuevo (Ef 4.22-24; Col 3.9-10). Y el nuevo hombre
se caracteriza por el perdón. Nótese que en ambos pasajes donde el apóstol
Pablo emplea tal terminología, él resalta el perdón como un atavío esencial del
“nuevo hombre” (Ef 4.32; Col 3.13).
El perdón es tan importante para el andar del cristiano, que
nunca se alejó del foco de la enseñanza de Cristo. Sus sermones, sus parábolas,
sus discursos en privado, e incluso sus oraciones, todos estaban llenos de
lecciones sobre el perdón. De hecho, este era un motivo tan constante en los
primeros sermones y dichos de Jesús, que habría que hacerse el ciego para no
darse cuenta de ello.
"El Poder del Perdón", John MacArthur, Editorial Portavoz.