Eres llamado a pertenecer, no sólo a crecer. Incluso en el entorno perfecto y sin pecado, en el jardín del Edén, Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo”. Dios nos creó para vivir en comunidad, para la comunión y para tener una familia, y no podemos cumplir los propósitos de Dios por sí solos.
Aunque nuestra relación con Cristo es personal, la intención de Dios no es que sea privada. En la familia de Dios estamos conectados con todos los demás creyentes, y nos pertenecemos mutuamente por la eternidad.
La iglesia es un cuerpo, no un edificio; es un organismo, no una organización. Para que los órganos de tu cuerpo cumplan su propósito, deben estar conectados al cuerpo. Lo mismo es cierto en tu caso, como parte del cuerpo de Cristo. Dios te creó para desempeñar un papel específico, pero si no te vinculas a una iglesia viva y local, te perderás este segundo propósito en tu vida. Descubrirás tu papel en la vida mediante tu relación con los demás.
Fuera del cuerpo, los órganos se secan y mueren. No pueden sobrevivir solos; nosotros tampoco. Desvinculado y sin la fuente de vida que brinda el cuerpo local, tu vida espiritual se marchitará y dejará de existir. Por este motivo, el primer síntoma de decaimiento espiritual suele ser la asistencia irregular a los servicios y otros encuentros de creyentes. Cuando descuidamos la comunión, todo lo demás también se va a pique.
La persona que dice “No necesito a la iglesia” es arrogante o ignorante. La iglesia es tan importante que Jesús murió en la cruz por ella.
La Biblia llama a la iglesia “esposa” y “cuerpo” de Cristo. No nos podemos imaginar decir a Jesús: “Te amo, pero no me gusta tu esposa” o “Te acepto, pero rechazo tu cuerpo”. Pero eso es lo que hacemos cuando le restamos importancia, menospreciamos o nos quejamos de la iglesia. Es triste ver que muchos cristianos usan la iglesia, pero no la aman.
Casi todas las veces que se usa la palabra iglesia en el NT se refiere a la congregación local y visible, salvo aquellos que estaban fuera por disciplina o inmoralidad. Un cristiano sin iglesia materna es como un órgano sin un cuerpo, una oveja sin rebaño o un niño sin familia.
Muchos creen que es posible ser un “buen cristiano” sin unirse (a veces sin siquiera asistir) a una iglesia local, pero la Biblia no está de acuerdo con eso.