Una de las clásicas paradojas cristianas es que la libertad lleva a la esclavitud y la esclavitud a la libertad. Tan pronto como, mediante Cristo, las personas son libres de la esclavitud del pecado, entran en una esclavitud nueva y permanente: la esclavitud de Cristo.
Una concluye precisamente con el objetivo de permitir que la otra comience. Mientras esa emancipación individual ocurre, las personas liberadas no se aíslan como "esclavos de Cristo" sino que forman una comunidad mundial de "compañeros-esclavos", pertenecientes todos al mismo Amo que adquirió su libertad, por lo que todos están comprometidos a obedecerlo y complacerlo.
Murray Harris, Slave of Christ, p. 153.