Si tu corazón y tu vida están en mal estado debido a una obsesión
con la pornografía, uno de los primeros pasos hacia la restauración es
confesarle a Dios y a otras personas que tienes un problema.
Rara vez un hombre atrapado en la pornografía se libera por sí
solo. Debes comenzar por hablar de tu problema secreto con alguien
experimentado en lidiar con adicciones sexuales. Y ayuda descargar la conciencia
con unos cuantos hombres dignos de confianza.
Habrá momentos en que extrañarás el vicio de la pornografía
tanto que la participación de los demás en tu vida será lo que te mantenga centrado
y consciente de lo que está pasando en realidad. La transformación que perdura siempre
involucra la confesión de pecado y la lucha en nuestra vida con la ayuda de los
demás (Gá 6:1; Stg 5:16).
Si tu problema sale a la luz antes de que lo confieses, tienes
que dejar de mentir y reconocerlo. Tienes que admitir hasta dónde has llegado y
dejar de quitarle importancia; y tienes que dejar de echarle la culpa de tu
problema a los demás. Satanás sabe que, si un hombre no asume la total responsabilidad
de sus propias elecciones, permanecerá aprisionado en la mentira de que su
problema es culpa de todos los demás. Al igual que Adán, quien le echó la culpa
a su esposa y a su Dios cuando le atraparon en el primer pecado (Gn 3:11-12), un
hombre que señala con el dedo echándole la culpa a todos menos a sí mismo,
terminará sintiéndose atrapado como una víctima indefensa.
Puede que admitir que tienes una lucha de índole sexual
fuera de control sea una de las confesiones más difíciles que jamás hayas
hecho. Satanás quiere que escondas tu lucha para que pueda tenerte aislado y
engañarte con mentiras tales como «no es tan malo» o «esta vez sí que has ido
demasiado lejos» o «realmente te mereces un descanso». Satanás será implacable
en su ataque. Él tratará de acabar contigo porque conoce el poder que un hijo de
Dios tiene a su disposición para resistirle, y ese perdón está sólo a una
oración de distancia (Stg 4:7; 1 Jn 1:9).
Abrirse a los demás puede ser arriesgado. Tienes que tener cuidado
al elegir en quiénes vas a confiar. Tienes que hablar con hombres que sean
conscientes de su propio quebrantamiento y su capacidad para la lujuria —hombres
que no te calificarán por tu pecado ni te lapidarán con piedras de condenación
con pretensiones de superioridad moral. Necesitas comunión con un grupo de
hombres que estén de tu lado, que mantengan tu lucha en secreto, y que oren
contigo, te desafíen y confíen en ti.
Hablar con unos cuantos hombres requiere una inversión de
tiempo y de esfuerzo, donde las conversaciones van más allá del trabajo, los
deportes y otros pasatiempos. A veces, las conversaciones serán dolorosamente
incómodas. Pero habiendo otros hombres involucrados, tendrás un «grupo de
hermanos» de quienes podrás obtener fortaleza y que junto contigo soñarán con el
hombre que podrías llegar a ser para los demás y para Cristo (1 Ts. 2:11-12).
"Cuando la mirada de un hombre se desvía", Serie Discovery.