Decir la verdad…siempre

La mujer se pone de pie frente al juez y al jurado, coloca una mano sobre la Biblia y levanta la otra, y presta juramento. Por los próximos minutos, con la ayuda de Dios, «dirá la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad».

Es una testigo. Su trabajo no es ampliar ni diluir la verdad. Su tarea es decir la verdad. Déjele a los legisladores el interpretarla. Déjele al jurado el resolver el caso. Déjele al juez aplicarla. Pero, ¿la testigo? La testigo habla la verdad. Si se le permite hacer más que eso o menos, contamina el resultado. Pero déjesele hacer eso, decir la verdad, y la justicia tiene una oportunidad.

El cristiano es también un testigo. Nosotros también prestamos juramento. Como el testigo en la corte, somos llamados a decir la verdad. El jurado puede estar ausente y el juez ser invisible, pero la Biblia está presente, el mundo que nos mira es el jurado, y nosotros somos los testigos primordiales. Nos ha citado el mismo Señor Jesús: «Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1.8).

Somos testigos. Como los testigos en el tribunal, somos llamados a testificar, a decir lo que hemos visto y oído. Debemos decir la verdad. Nuestra tarea no es diluir ni inflar la verdad. Nuestra tarea es decir la verdad. Punto.

Hay, sin embargo, una diferencia entre el testigo en el tribunal y el testigo por Cristo. El testigo en el tribunal a la larga deja la silla del testigo, pero el testigo de Cristo nunca deja de serlo. Puesto que las afirmaciones de Cristo siempre están siendo sometidas a prueba, el tribunal está perpetuamente en sesión, y nosotros seguimos bajo juramento. Para el cristiano el engaño nunca es una opción. No fue una opción para Jesús. ¿Por qué? ¿Por qué tanta severidad? ¿Por qué una posición tan rigurosa?

Por una razón: La falta de veracidad es absolutamente contraria al carácter de Dios. Según Hebreos 6.18 es imposible que Dios mienta. No es que Dios no mentirá o que ha escogido no mentir; no puede mentir. Que Dios mienta es lo mismo que un perro vuele o que un pájaro ladre. Sencillamente no puede suceder. El libro de Tito hace eco de las mismas palabras del libro de Hebreos: «Dios, que no miente» (Tito 1.2).

Dios siempre dice la verdad. Cuando hace un pacto, lo guarda. Cuando afirma algo, quiere decir eso. Cuando proclama la verdad, podemos creerla. Lo que dice es verdad. Incluso «si fuéremos infieles, Él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo» (2 Timoteo 2.13).

Satanás, por otro lado, halla imposible decir la verdad. Según Jesús, el diablo es el «padre de mentira» (Juan 8.44). Si usted recuerda, el engaño fue la primera herramienta que el diablo sacó de su estuche. En el huerto del Edén Satanás no desalentó a Eva. No la sedujo. No se le acercó subrepticiamente. Sencillamente le mintió. «¿Dios ha dicho que morirán si comen del fruto? No morirán» (véase Génesis 3.1–4).

MENTIROSO DE SIETE SUELAS. Pero Eva se tragó el anzuelo, y arrancó el fruto, y apenas en unos pocos párrafos más adelante vemos a su esposo y a su hijo seguir los mismos pasos, y la veracidad en el Edén parece recuerdo distante.

Todavía lo parece. Daniel Webster tenía razón cuando observó: «Nada hay más poderoso que la verdad, y con frecuencia nada más extraño».

Como Jesús, Max Lucado.
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