¿Qué es lo que hace a un líder? ¿El rango? ¿El status? ¿La fama? ¿Un castillo? ¿El poder? ¿El estilo? ¿Se confiere automáticamente el liderazgo por medio de un espacio en la tabla organizacional? ¿En qué parte figura la posición y el poder en la fórmula para el liderazgo? Y ¿Cuál es el modelo ideal para los líderes? ¿Es el ejecutivo corporativo? ¿El comandante militar? ¿El jefe de estado?
Jesús respondió a todas esas preguntas con pocas palabras. Su punto de vista con respecto al liderazgo es conspicuamente foráneo a la sabiduría convencional de nuestra época: «Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20.25-28).
Según Cristo, entonces, la verdadera clase de liderazgo demanda servicio, sacrificio y una entrega desinteresada. Una persona llena de orgullo y de autopromoción no es un buen líder de acuerdo a los parámetros de Cristo, sin importar cuánta influencia pueda tener. Aquellos dirigentes que miran a Cristo como su líder y su modelo supremo de liderazgo tendrán corazones de siervo. Ellos ejemplificarán en sacrificio.
John MacArthur, Liderazgo.