Hoy existen más de 20.000 antiguos manuscritos de las diferentes partes de la Biblia: 5.300 manuscritos griegos (lo que hace de él el documento mejor avalado entre todos los escritos antiguos), 8.000 manuscritos de la traducción latina de la Biblia, más de 1.000 manuscritos de diferentes traducciones, y miles de citas bíblicas en los primeros siglos.
En cambio, hay sólo 13 manuscritos de Platón, dos de Tácito, y solo unos pocos en el mundo de Sófocles, Eurípides, Virgilio y Cicerón.
El año 303 d.C., el emperador Diocleciano promulgó el edicto de que todas las copias de las Escrituras fuesen quemadas, y las iglesias destruidas. Constantino (el emperador que sucedió a Diocleciano), 25 años después, comisionó a Eusebio para que preparara 50 copias de la Escritura a expensas del gobierno. ¡Qué ironía!
En la Europa de la Edad Media, los papas prohibieron leerla. Sólo existían copias en latín. Pero Lutero y otros reformadores empezaron a traducirla.
Voltaire, quien murió el 30 de mayo de 1778, dijo que luego de cien años “ya no habría una Biblia sobre la tierra”. Sólo 25 años después, la Sociedad Bíblica de Ginebra compró su imprenta e inmediatamente después imprimió una edición completa de la Biblia. Se sorprendería al saber que cada segundo del día se imprime una.
En 1933, Rusia vendió una copia (el Códice Sinaítico) al Museo Británico por 100.000 libras esterlinas (en ese entonces alrededor de US$500.000 dólares). El mismo día que se realizaba la transacción, una primera edición de las obras de Voltaire se vendió en un mercado de pulgas de París por el equivalente a 11 centavos de la moneda oficial de los Estados Unidos.