Algunos hombres no se deleitan en sus
estudios, sino que toman una hora de vez en cuando, como una tarea no grata a
la que se ven forzados a realizar, y se alegran cuando no están bajo ese yugo.
¿La falta de deseo natural de conocimiento, la
falta de deseo espiritual de conocer a Dios y las cosas divinas, la falta de
concientizarnos de nuestra gran ignorancia y debilidad, la falta de reconocer
el peso de nuestra obra ministerial, nos mantendrá cerca de nuestros estudios,
y nos hará más deseosos de buscar la verdad?
¡Oh, qué abundancia de cosas existen que el
ministro debiera entender! y ¡cuánto deberíamos echar de menos tal conocimiento
en nuestro trabajo! Muchos ministros solo estudian para componer sus sermones,
y muy poco más, cuando hay tantos libros para leer y tantos temas que no
debiéramos desconocer.
Hoy somos muy negligentes en el estudio de
nuestros sermones, obteniendo únicamente algunas verdades separadas y sin
considerar las expresiones más fuertes por las que podríamos introducirlas en
las conciencias y corazones de los hombres. Debemos estudiar cómo convencer y
penetrar en los hombres, y cómo hacer entender cada verdad, y no dejarlo todo a
nuestra improvisación, a menos que en algún caso sea necesario.
Ciertamente, hermanos, la experiencia les
enseñará que los hombres no se hacen sabios o eruditos sin estudio fuerte y sin
una labor y experiencia incansables.