Usted y yo sabemos que llegar a la gente descarriada no será sencillo. Involucrará dedicar tiempo y energía, nuestros recursos más valiosos, para entablar relaciones, demostrar el cuidado cristiano y la compasión, y orar constantemente. Involucrará explicar y volver a explicar el aparentemente sencillo mensaje del evangelio, esperar con paciencia mientras ellos “piensan al respecto” (sabiendo que en muchos casos realmente se están escapando), intentar soportar una enormidad de preguntas desafiantes y, en el fondo de nuestra mente, darnos cuenta de que pueden terminar rechazando a Cristo. Suena como una fórmula para la frustración, ¿no es cierto?
2.
Para poder llegar a otras personas es necesario estudiar la Biblia y, en ocasiones, leer libros que nos muestren cómo compartir nuestra fe, o asistir a capacitaciones en nuestra iglesia. Es necesario un esfuerzo para asegurarse de que uno sabe de lo que está hablando.
Es verdad que invertir en la vida de los demás requiere un gasto tangible. Almuerzos, llamadas, libros, seminarios y a veces proveer para las necesidades físicas de los demás, estas son algunas de las exigencias financieras que el cristianismo contagioso puede cargar sobre nuestras billeteras.
Si bien probablemente pocos de nosotros sufrirán una persecución abierta, hay una alta posibilidad de que experimentemos algunos tipos de resistencia menores. Podrían ser burlas de nuestros amigos, o simplemente el sentimiento de sentirse solo, de ser dejado afuera de determinadas conversaciones o reuniones sociales. Pero también esto se puede volver más serio cuando hay discriminación o acoso intencional debido a lo que representamos.
Para la mayoría de nosotros, el costo principal de llegar a los demás es que nos atrapan en las preocupaciones y actividades de sus vidas. Ataca nuestra independencia. Agrega detalles a nuestras agendas sobrecargadas. Dicho en términos simples, complica nuestra ya complicada vida.