El lado duro: la Severidad de Jesucristo

La gloria de Jesucristo está en que Él nunca sintoniza con el mundo y, por lo tanto, siempre tiene relevancia para el mundo. Si encajase perfectamente, serviría de poco. El esfuerzo que se realiza para reinventar al Jesús de la Biblia de manera que encaje en el espíritu de una generación lo hace resultar poco convincente para otra. Es mejor dejarlo ser lo que es, ya que con frecuencia el lado ofensivo de Jesús es el que más falta nos hace.

Y especialmente ofensiva para el sentimiento moderno occidental resulta la forma dura, directa, agresiva del amor de Jesús. Las personas sensibles se habrían sentido heridas por la cortante lengua de Jesús muchas veces. Aquellos que identifican el amor exclusivamente con palabras y formas dulces y suaves se habrían sentido indignados constantemente ante el punzante, casi violento, lenguaje del Señor.

No es que sólo hablara de esa manera. Ya hemos visto la dulzura de Su misericordia y Su paciencia, su cariño y su facilidad para perdonar. Por eso su discurso severo no se puede considerar resultado de la irritación, ni destellos de mal carácter, ni insensible hostilidad. Lo que encontramos en el lenguaje de Cristo es una forma de amor que corresponde al mundo real de la corrupción y la torpeza de nuestros corazones y a la magnitud de lo que nos jugamos cuando hacemos una elección.

Si no existieran grandes males, corazones sordos ni consecuencias eternas, quizás las únicas formas apropiadas de amor serían un toque suave y palabras tiernas. Pero un mundo así no hubiera matado al Hijo de Dios, ni hubiera odiado a Sus discípulos. Un mundo así no existe aún. Además de acusar al mundo de ser malo, adúltero e incrédulo (Mateo 16.4), Jesús dijo que todos estaban muertos espiritualmente (Mateo 8.22). El estado del corazón humano llevará el castigo eterno a aquellos que no reciban el remedio que trajo Cristo, así que a Él no le preocupaba herir los sentimientos de nadie con tal de advertirles del infierno.

Ninguna de las personas que aparecen en la Biblia habla del infierno más que Jesús, ni de una manera más impregnada de horror (Mateo 13.49-50; 8.12; 22.13; 25.30, 46; Marcos 9.43). Pero Él va aún más allá. Habla también con respecto a nuestra excesiva lealtad hacia la familia, hacia nosotros mismos y hacia nuestras posesiones (Lucas 14.26; Juan 12.25).

Puede que esto no parezca el ministerio del Príncipe de Paz, pero debemos tener en cuenta que el objetivo de Jesús no es tener paz con la incredulidad y la desobediencia. La incredulidad y la desobediencia son enemigos que hay que destruir para que no sean ellas las destructoras. Cuando la amnistía de Jesús es despreciada, la división es inevitable (Lucas 12.51; 21.16).

Oración
Señor, endurécenos la piel. No para que seamos menos tiernos, sino para que no nos ofendamos con tanta facilidad. Danos una pasión por la verdad que sea más fuerte que nuestro innato deseo de ser alabados. Perdónanos Padre, por pensar que las palabras, sólo por ser duras, están faltas de amor. Ayúdanos a aprender de Jesús cuándo ser duros y cuándo ser tiernos. Ten misericordia de nosotros, ya sea con dureza o con ternura, y condúcenos a tu eterno gozo. Amén”.

"Alegría Indestructible", John Piper, Publicaciones Andamio.
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