Nuestro Señor insiste en que deberíamos comprender que es
nuestro Padre. La relación es la de Padre e hijo. ¡Oh, si comprendiéramos esto!
Si comprendiéramos que este Dios todopoderoso es nuestro Padre por medio del
Señor Jesucristo. Si comprendiéramos que somos en realidad hijos suyos y que
cuantas veces oramos es como el hijo que acude a su Padre. Él lo sabe todo
respecto a nosotros; conoce todas nuestras necesidades antes de que se las
digamos.
Del mismo modo que el padre se preocupa por el hijo y lo
cuida, y se adelanta a las necesidades del hijo, así es Dios respecto a todos
aquellos que están en Cristo Jesús. Desea bendecirnos muchísimo más de lo que
nosotros deseamos ser bendecidos. Tiene un plan y programa para nosotros. Debo descartar
ese pensamiento de que Dios se interpone entre mí mismo y mis deseos y lo que
es mejor para mí.
Todo lo que hagamos en la vida cristiana es más fácil que
orar. No es tan difícil dar limosna —el hombre natural también hace eso, y uno
puede poseer un verdadero espíritu de filantropía sin ser cristiano—. Algunos
parecen haber nacido con una naturaleza y espíritu generosos; para ellos el dar
limosna no ofrece ninguna dificultad. Lo mismo se aplica a la cuestión de la
autodisciplina —al abstenerse de ciertas cosas y asumir ciertos deberes y
tareas—.
Dios sabe que es mucho más fácil predicar desde un púlpito
que orar. La oración es, sin duda alguna, la piedra de toque final, porque el
hombre puede hablar a los demás con mayor facilidad de lo que puede hablar con
Dios. En último término, por consiguiente, el hombre descubre la verdadera
condición de su vida espiritual cuando se examina a sí mismo en privado, cuando
está a solas con Dios. ¿No hemos descubierto que, en cierto modo, tenemos menos
que decirle a Dios cuando estamos solos que cuando estamos en presencia de
otros? No debería ser así, pero a menudo lo es.
De modo que nuestra posición verdadera en el sentido
espiritual, la descubrimos cuando hemos abandonado el campo de actividades y
proceder externos relacionados con otras personas, y nos hallamos a solas con
Dios. No sólo es la actividad más elevada del alma, es también la piedra de
toque final de nuestra verdadera condición espiritual.
Hay otra forma de decir lo mismo. Se puede decir que la
característica más destacada de todas las personas santas que el mundo ha
conocido ha sido que no sólo han dedicado mucho tiempo a la oración en privado,
sino que han hallado una gran satisfacción en ello. No se lee la vida de ningún
santo sin encontrar que así haya sucedido. Cuanto más santa es la persona, más
tiempo dedica a la conversación con Dios. Así pues, es un asunto de importancia
vital y absoluta. Y no cabe duda de que hace más falta la instrucción sobre
este tema que sobre cualquier otro.