¿Por qué tanta insistencia en esto de la relación sexual?

¿Ha oído decir aquello de que “todos los pecados son iguales ante Dios”? Pablo no está de acuerdo con esto. Así les habla a los que viven en Corinto, ciudad tan saturada de inmoralidad sexual:

“Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18).

Desde el principio mismo, hay algo en el pecado sexual que es cualitativamente distinto. ¿Por qué? Porque el acto sexual no es algo que uno hace, sino que es alguien que uno es. Cuando una persona tiene relaciones sexuales, está poniendo su vida en juego. Está entregando algo que tal vez nunca recupere.

Esta cuestión de pureza o impureza va más allá de las cuestiones exteriores de conducta, cultura y práctica. Es algo que penetra hasta el alma. Corta hasta el centro vivo mismo de lo que usted es, y lo que va a llegar a ser.

EL PODER DE LA RELACIÓN SEXUAL
La relación sexual es increíblemente poderosa; es capaz de hacer un bien inmenso…o un daño también inmenso.

El fuego es un don de Dios. ¿Qué haríamos sin él? ¿Ha contemplado una fogata en una noche fría y clara? Sin embargo, cuando esas mismas llamas mágicas se salen de sus límites, ¿qué sucede? Una horrible devastación. Dolor. Muerte.

Los dones más maravillosos de Dios, tomados fuera de los límites dispuestos por Él, se convierten en totalmente destructores. Eso es lo que sucede con la relación sexual. Su potencial para un gran bien tiene otra cara: el potencial para un gran mal.

Mientras el fuego esté contenido en la chimenea, nos da calor. Pero si se “libera”, se quema la casa.

¿Has visto a través de las humeantes ruinas de la vida de personas destrozadas por la inmoralidad? ¿Has compartido su desesperación mientras se preguntan si podrían volver a edificar otra vez? (pueden, pero creer que pueden es otro asunto).

En cambio, abrazar la pureza es reclamar para sí un magnífico regalo. Como la fragancia de una rosa después de una lluvia de verano. La pureza es incomparablemente hermosa…y es una belleza que nunca terminará, porque todos los que vivan en el cielo serán puros (Ap 21.14-15).

"El prinicpio de la pureza", Randy Alcorn, Editorial Unilit.
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