El mito dominante en el evangelicalismo es que el éxito del cristianismo depende de cuán popular sea. Este modo de pensar, por lo general limitado a la multitud de buscadores de emociones hace poco que ha aparecido más en círculos reformados.
La actual metodología de crecimiento de la iglesia dice que si un evangelizador quiere “llegar a la cultura” (cualquier cosa que esto signifique), debe imitar la cultura. Pero tal enfoque es contrario al paradigma bíblico. El poder del Espíritu en el evangelio no se encuentra en el mensajero, sino en el mensaje. De modo que la motivación detrás de los buscadores compulsivos podría ser noble, pero está seriamente mal encaminado.
Cualquier esfuerzo por manipular el resultado de la evangelización cambiando el mensaje o estilizando al mensajero es un error. La idea de que más personas se arrepentirán si solo el predicador se hace más atrayente o más chistoso invariablemente dará lugar a que la iglesia sufra en carne propia un desfile ridículo de tipos que actúan como si su encanto personal pudiere llevar a las personas a Cristo.
Este error conduce a la noción dañina de que la conducta de un pastor y su discurso deberían ser determinados por la cultura en la cual él ministra. Hay muchos problemas con esta clase de lógica, pero en primer lugar está la falsa suposición que un pastor puede confeccionar conversiones verdaderas luciendo o actuando de cierta forma. La verdad final es que solo Dios tiene el control de si los pecadores se salvarán o no como resultado de cualquier sermón.
En realidad, las verdades duras del evangelio no propician ganar popularidad e influencia dentro de la sociedad secular. Tristemente, muchos predicadores desean ardientemente la aceptación cultural que están en verdad dispuestos a alterar el mensaje de salvación de Dios y su estándar de santidad con tal de lograr esa aceptación. El resultado, por supuesto, es otro evangelio que no es el evangelio.
Al crear un evangelio sintético, facilitan que las iglesias se llenen de personas que no se han arrepentido de sus pecados. En lugar de hacer el mundo como la iglesia, tales esfuerzos tiene solo el éxito de hacer la iglesia más como el mundo.
"La Evangelización", John MacArthur, Editorial Nelson.
"La Evangelización", John MacArthur, Editorial Nelson.