“Él les dijo por tercera vez: ¿Pues qué mal ha hecho este? Ningún delito digno de muerte he hallado en él; lo castigaré y lo soltaré. Pero ellos insistían a gritos, pidiendo que fuera crucificado; y las voces de ellos y de los principales sacerdotes se impusieron”. Lucas 23.22–23
El líder muchas veces se enfrenta a la necesidad de tomar decisiones, algunas de ellas de un peso trascendental para la gente que lo rodea. Si ha sido sabio habrá formado un equipo de colegas con quienes podrá estudiar cuidadosamente las decisiones y escuchar atentamente la opinión de cada uno de ellos. En última instancia, no obstante, deberá hacerse cargo de las decisiones y comunicar al pueblo qué determinación ha escogido.
En unas pocas situaciones el líder deberá enfrentarse a decisiones en las cuales estarán en juego complejos principios éticos que no siempre tienen fácil resolución. Su decisión probablemente sea el resultado de un agónico proceso de evaluación en el cual habrá pesado una y otra vez cada aspecto del tema bajo consideración. El camino recorrido para llegar a una determinación seguramente será intensamente solitario.
Sea cual sea la particularidad del proceso de decisión, sin embargo, habrá siempre una constante: personas que usarán todo tipo de presiones para asegurarse que las cosas se decidan como ellos quieren. La presión puede venir por medio de las amistades del líder. En la mayoría de los casos, sin embargo, la presión se hará sentir por medios más agresivos, desde el uso de los versículos que apoyan la opinión del que sugiere el camino a seguir, hasta la amenaza y la formación de bandos que trabajan incansablemente para conseguir el cometido.
Pilato se encontraba en una de estas situaciones. Siendo el juicio a Cristo algo que lo superaba, lo había enviado a Herodes para que le ayudara. Este último, sin embargo, se había desentendido del tema, regresándolo de vuelta a Jerusalén. Pilato no encontraba culpa en Cristo; se enfrentaba, sin embargo, a una multitud airada que lo presionaba a hacer algo que violaba su conciencia: condenar al Galileo. Intentó razonar con ellos, e incluso apaciguarlos con la promesa de un severo castigo a Jesús. Pero la multitud pedía su muerte, no su libertad. «Y las voces de ellos y de los principales sacerdotes se impusieron». ¡Qué nefasta que es esta frase! Pilato no pudo resistirse a la presión y cedió, para hacer lo que claramente violaba sus propias convicciones y la evaluación de la situación.