Los creyentes siguen el ejemplo de Cristo y se separan de un mundo pecaminoso. Como Jesús, debemos vivir separados del mundo, no formando ya parte de sus normas y prácticas pecaminosas. Debemos estar dispuestos a vivir separados del sistema y, a veces, a sufrir persecución o el ridículo por nuestra consagración a Cristo.
La separación de que habla la Biblia implica tener una actitud y orientación diferentes de las del mundo, así como no comprometer nuestros principios para amoldarnos a sus costumbres. Pero no es fácil.
Muchos creyentes no sufren persecución hoy en día sencillamente porque son pocos que viven una vida piadosa, fuera del ámbito del mundo. Son demasiados los que prefieren sacrificar la recta integridad en favor del prestigio mundano.
El dar prioridad a Dios en nuestra vida y adorarlo sobre todas las cosas resultará, si nuestra fe es auténtica, en acciones que lo honren. La simple alabanza de dientes afuera, y no hacer lo que sabemos que tenemos que hacer, no es el distintivo de una persona de integridad (Santiago 4.17).
El poder de la integridad, John MacArthur, Editorial Portavoz.