Realidades en cuanto al tiempo

La primera realidad que presenta el tiempo, es que todos tenemos la misma cantidad disponible. Hay un factor común que nos unifica a todos sin excepción, seamos cristianos o no, y es que cada uno cuenta con veinticuatro horas al día. Ni un segundo más ni uno menos. En esto somos todos absolutamente iguales. No es, pues, la cantidad de tiempo de que disponemos lo que determina la calidad de nuestra vida.

La segunda realidad en cuanto al tiempo, es que debe ser administrado. El tiempo es el recurso más valioso y más escaso con que contamos. No podemos ahorrarlo como el dinero, ni acumularlo como si fuera materia prima. No puede ser detenido y vuelto a poner en marcha como una maquinaria; no puede ser reemplazado como un operario. Es el elemento menos flexible de nuestra vida. Estamos forzados a usarlo a sesenta segundos por minuto. El reloj nunca se detiene.

La consecuencia directa de esta realidad palpable es que cada individuo debe aprender a administrar el tiempo. La vida de cada persona que nace en este mundo es semejante a un libro en blanco cuyas páginas deben escribirse diariamente y luego serán leídas por todos los demás. Por tanto, es prerrogativa inalienable de todos el derecho a administrar el tiempo, a determinar en qué lo invertiremos. El uso del tiempo puede tornarse en una inversión que nos otorgue dividendos generosos en esta vida y en la eternidad o en una pérdida completa. Peter F. Drucker afirma: “El tiempo es el recurso más escaso y, a menos que lo sepamos administrar, nada más podrá ser administrado”.

La tercera realidad que nos confronta en relación con el tiempo es que, la manera en que lo administramos determinará nuestra efectividad, tanto en lo personal, como en lo familiar, como en lo vocacional y en nuestro servicio. La correcta administración del tiempo determina la efectividad de nuestra labor.

Decimos que el tiempo es oro; por lo tanto, debemos ser muy cuidadosos en cómo lo invertimos. Si todos los seres humanos administraran su dinero como administran su tiempo, terminarían en bancarrota. Por cada uno que sabe administrarlo correctamente hay noventa y nueve que lo malgastan. Si la manera de administrar el tiempo es la clave de la efectividad para cualquier ejecutivo secular, cuanto más imperativo será entonces para cualquier líder cristiano aprender a administrarlo. Si su ambición suprema en la vida es llegar a ser como su Señor, entonces en esta área tiene un modelo de eficiencia superlativa. Jesucristo tuvo días idénticos a los nuestros, ni más largos ni más cortos.

“El líder del siglo XXI”, Oscar Sánchez.
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