Una de las ventajas de ser anciano es que tienes
experiencia, de forma que cuando ocurre algo nuevo y ves a la gente
entusiasmarse mucho por ello, resulta que tú estás en situación de recordar una
emoción similar hace quizá cuarenta años. Y así pues, uno ha visto modas,
novedades y llamativos reclamos que llegan uno tras otro a la Iglesia. Cada uno de
ellos crea una emoción y un entusiasmo grandes y se anuncia ruidosamente como
aquello que va a llenar las iglesias, aquello que va a resolver el problema.
Eso mismo han dicho de cada una de esas cosas en particular.
Pero en pocos años se han olvidado de todo, y entonces llega otro reclamo u
otra idea nueva; quizá alguien ha hallado la sola cosa necesaria o tiene una
interpretación psicológica del hombre moderno. He aquí esto, y todo el mundo
corre detrás de ello; pero pronto decae y desaparece, y otra cosa ocupa su
lugar.
Este es, sin duda, un estado muy triste y lamentable de la
Iglesia; que, al igual que el mundo, tenga que mostrar estos constantes cambios
de moda. En ese estado carece de la estabilidad, la solidez y el mensaje
continuo que ha sido siempre la gloria de la Iglesia cristiana.
"El tiempo no escribe arrugas en la frente del Eterno".
"La Predicación y los Predicadores", Martyn Lloyd-Jones, Editorial Peregrino.