Nunca debemos olvidar que hay una lucha en el mundo entre
Cristo y Satanás, entre la verdad y la falsedad, entre creer y no creer. Hay
armas para utilizar, pero no son espadas, ni pistolas ni bombas, sino el
evangelio, la oración y el amor sacrificado (2Co 10.3-5). Y los resultados de
este conflicto son más importantes que los de cualquier otra lucha que haya
existido en toda la historia: el cielo o el infierno eternos e infinitos para
muchas personas. El gozo eterno o el tormento eterno (Mt 25.46).
Necesitamos recordar una y otra vez que estamos en una lucha
espiritual, porque rápidamente olvidamos esta lucha, este estilo de vida de dar
pelea. Por naturaleza nos gustan los mismos juguetes que le gustan al mundo. Comenzamos
a llamar “hogar” a la
tierra. Y casi sin darnos cuenta, llamamos “necesidades” a
los lujos en los que gastamos nuestro dinero, del mismo modo en que lo hacen
los no creyentes. Y entonces olvidamos la lucha. No pensamos en las personas que perecen.
Las misiones, los pueblos lejanos, desaparecen de nuestra mente. Dejamos de
soñar en el triunfo de la
gracia. Nos hundimos en el pensamiento secular que primero ve
lo que puede hacer el hombre, no Dios. Es una enfermedad terrible. Necesitamos
a personas que nos obliguen una y otra vez a recordar la lucha.
Nuestro corazón es vulnerable a la seducción de la comodidad
en tiempos de paz. Todos los días, los medios de comunicación nos ofrecen
imágenes y recordatorios de este lujo. Pero necesitamos recordar una y otra vez
que estamos en guerra, aunque las acciones en la bolsa suban o bajen, aunque
los terroristas se escondan o ataquen, aunque estemos sanos o enfermos. El
placer y el dolor tienen ambos el condimento del veneno, están dispuestos a
matarnos con la enfermedad del orgullo o la desesperanza. La
advertencia bíblica de “estar alertas” se equipara con la imagen de los tiempos
de guerra. Y necesitamos oír esta advertencia cada día.
"No desperdicies tu vida", John Piper.